jueves, 31 de mayo de 2007

...::la la la::...

aaaaaaaaaaaaMientras tú

aaaaaaaallá muy lejos

aaaaaaaaaaaaaaaainfame

aaaadisfrutas

aaaaaaaaaaaayo

aaaaaaaquí muy cerca

aaaaaaaaaaaaaamaldita
aaaaagonizo.

lunes, 28 de mayo de 2007

...::paseos::...

De regreso en mi cabeza, más afuera de ella que dentro, todo parece distinto que cuando viniste la última vez, que no fue hace tanto, pero parecen siglos de cristal.
Y no me acuerdo bine el orden en que había dejado las cosas, es que aquí todo se mueve muy, muy, muy rápido. Es casi imposible alcanzar a ver donde pasan las huellas, más bien donde se posan, con ligereza y sin delicadeza, parece no preocuparles lo mismo que a mi o a ti o nadie que se vuelve todos cuando piensas en él.
Como no lo recordaba no me esforcé en poner reparos por ningún lado, lo dejé todo tal cual estaba. Además para qué esforzarce si tengo la seguridad de que al minuto que voltée estará distinto a como lo dejé.
Y sin más me fui de paseo por hermosas praderas más allá de donde se puede llegar, y vi lo que no debía ver y oi lo que no debía oir y no dije nada justo cuando debía haberlo dicho todo. Es que quise que fuera un secreto, el más hermoso y perverso de ellos, quise sólo yo saberlo, fui ambiciosa y no me arrepiento de haberlo sido. Y los ojos se hicieron agua y la voz se volvió sal y en eun segundo me transformé en oceano, profundo. Aguardé a que llegara alguna embarcación a navegar mis aguas virgenes, mas nada apareció, sólo el frío de mis silencios y la torpeza de mi soledad.
Una vez adentro no dan ganas de salir, es más fuerte que el razocinio, mucho más que el sentimiento, quiebra la voluntad. Me sentí libre, jugue como nunca lo había hecho, salieron alas en mi espalda pero no volé a ningún lugar porque ahí estaba a gusto. Me deslicé entre mi y yo, recorri yo y mi, vague por todos lados, por todos mis lados, por todos los lados de yo.

Ahora salgo y no sé de que estaba hablando hace un momento. Te adevrtí que era muy, muy, muy rápido.

martes, 15 de mayo de 2007

...::soledad::...

Aún se sentía dopada y la voz en su cabeza seguía atormentándola. La habitación estaba fría, las paredes igual de blancas que siempre y aún no arreglaban la ampolleta que no dejaba de titilar "son unos ineficientes" pensó.
Se paró de un salto de la cama y corrió al baño a ducharse, paresía tener prisa. Se arregló como si fuese a salir o estuviese esperando a alguien.
Gritó "¡Enfermera!". Como no obtuvo respuesta volvió a gritar "¡¡¡¡Enfermera!!!!", pero esta vez se notaba un dejo ira en su voz. A la habitación llegó corriendo la flacucha y desaliñada enfermera, vestida, literalmente, de punta en blanco resaltaba su colorina y crespa cabellera. "Apurate pues niña. Ya, traeme dos cafecitos" "Sí señora, altiro... Y perdone la demora." Pasó un momento y volvió la pelirroja enfermera con una hermosa y finísima bandeja de plata y en ella dos pequeñas, y también finísimas, y mononas tacitas de café. Las puso en la mesita. La señora sólo hizo un gesto con la mano, sentada en la cama no se esforzó por voltearse.
Repentinamente, igual que todos sus movimientos, se acrecó al ventanal, anochecía. Miró su reflejo en el vidrio y sus ojos se vistieron de tristeza. Acercó la mesita con la bandeja de plata y las dos tacitas de cafe junto con la silla y se sentó frente al ventanal con la mirada fija en su reflejo. Tomó una de las tacitas, dio un sorbo y con voz estirada dijo "Sírvete, está delicioso; justo como nos gusta." Se quedó en silencio mirando fijamente el reflejo un momento y volvió a decir "Esta chiquilla es media lenta y torpe, pero tiene buena mano y aprende rápido. Por eso todavía la tengo."
Súbitamente tiró el café al suelo. Unas débiles lágrimas rodaron por sus mejillas. En sus ojos se veía una inmensa tristeza con un toque de enfado. Se paró y giró un poco, quedando de lado al ventanal "¿A quién engaño? Paresco realmente loca hablando sola con mi reflejo, invitándolo a tomar un cafecito." Lentamente fue cyendo hasta quedar arrodillada, entonces, sólo entonces, irrumpió en un desconsolado llanto.
La enfermera corrió a abrazarla, tartaba de contenerla "Tranquila señora, tranquilita, ya estoy aquí", la mujer seguía en los brazos de la pelirroja "Perdona mi petulancia, es culpa de la soledad" y siguió llorando, cual si fuese una pequeña niña, en los brazos de la enfermera.