Como
aviones o acróbatas, bailarinas del aire, las libélulas hacen fiesta después de
la lluvia. Se ponen sus vestidos rojizos o verdes azulados, tornasoles y salen
a bailar.
En esta humedad que nunca para se confunden con las aves en un cielo celeste grisáceo,
tapado en nubes que prometen que la fiesta seguirá.
Al mismo tiempo que el calor sube del suelo mojado y mientras el sudor me brota
por cada poro recorriendo las calles de barro, las libélulas abren sus alas y
planean sin parar, revoloteando por todos lados.