Y podía sentir las hebras del colchón tejiéndose entre mi
espalda, condenándome a yacer ahí día tras día, absorbida en la nada, en la
incertidumbre, en el vacío, en la ansiedad, en el temor. Sentirlo tan inmenso
echado sobre mí que me paralizó, el temor. Temor de no dar el ancho, de no estar
a la altura, de que una decepción más echara abajo la gaveta. Y por eso
dormirse tarde, porque pareciera que mientras no cierras lo ojos no empieza un
nuevo día, ilusión de detener el tiempo. Mientras, acumulo un sabor amargo en
la boca, que juego a olvidarlo pero no. Y con la vista pegada en los pixeles me
sueño escritora, me sueño viajera, me sueño otra que no soy y no seré, porque
uno es sólo uno y lo difícil es aceptarlo. Mientras, me rehúyo. Mientras, la
mitad vacía me parece todo. Mientras, los colores se me escapan. Mientras, no
me vivo.
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