En el cielo las estrellas brillaban como nunca, era una noche clara coronada con una gran luna amarilla.
Las gentes en sus casas se preparaban para acostarse, hacía frío y ya era tarde para estar en píe.
En las calles los indigentes se tomaban el último pencazo para soportar el hielo que calaba los huesos.
Los autos vagaban veloces por las autopistas apenas dejando su rastro, parecían fugitivos del viento.
En la ventana se asomaba un rayito de luz, inbiscuyendo su nariz en la vida de los demás.
Iba a ser una buena noche, tranquila igual que todas las anteriores, sin penas ni alegrías, sin disgustos, sin nada inusual. Tenía todo para transformarse en la noche perfecta para un buen descanso. Pero no lo fue, de un segundo a otro se opaco la luz de las estrellas, la luna se transformo en un queso gigante y putrefacto, en las casas la gente no podía aún acostarse y el frío que calaba los huesos, los vagabundos morían del frío, los autos se atochaban en las carreteras y ensordecían la ciudad con sus bocinas y por la ventana sólo se dejaba ver un alito de niebla y la oscuridad más profunda del anochecer.
Así, tan fácil y rápido, se destruyen las cosas más hermosas y perfectas.
Así, tan fácil y rápido, las ilusiones se transforman en desilusiones y las esperanzas en desesperanzas.
Así, de un momento a otro, todo se va a la mierda y los ojos se derraman y se exprime el corazón inunadndo toda la habitación. Los suspiros se cortan y el clamor de siglos de silencio encuentra voz y grita muy fuerte dentro de tu cabeza todo lo que no quieres oír y te resfriega en la cara tus fracasos, tu triste existencia, tus lastimeros sentimientos trizados.
Entonces el frío se hace más frío, el dolor más agudo y la tristeza más honda.
Y no queda más que dejar todo sin terminar e irse a dormir intentando evadir los pensamientos y en los sueños corres de ellos y al abrir los ojos ahí están todavía esperándote, aguardando para darte el últmo beso, ese que te desahucia, el beso del adios.
Las gentes en sus casas se preparaban para acostarse, hacía frío y ya era tarde para estar en píe.
En las calles los indigentes se tomaban el último pencazo para soportar el hielo que calaba los huesos.
Los autos vagaban veloces por las autopistas apenas dejando su rastro, parecían fugitivos del viento.
En la ventana se asomaba un rayito de luz, inbiscuyendo su nariz en la vida de los demás.
Iba a ser una buena noche, tranquila igual que todas las anteriores, sin penas ni alegrías, sin disgustos, sin nada inusual. Tenía todo para transformarse en la noche perfecta para un buen descanso. Pero no lo fue, de un segundo a otro se opaco la luz de las estrellas, la luna se transformo en un queso gigante y putrefacto, en las casas la gente no podía aún acostarse y el frío que calaba los huesos, los vagabundos morían del frío, los autos se atochaban en las carreteras y ensordecían la ciudad con sus bocinas y por la ventana sólo se dejaba ver un alito de niebla y la oscuridad más profunda del anochecer.
Así, tan fácil y rápido, se destruyen las cosas más hermosas y perfectas.
Así, tan fácil y rápido, las ilusiones se transforman en desilusiones y las esperanzas en desesperanzas.
Así, de un momento a otro, todo se va a la mierda y los ojos se derraman y se exprime el corazón inunadndo toda la habitación. Los suspiros se cortan y el clamor de siglos de silencio encuentra voz y grita muy fuerte dentro de tu cabeza todo lo que no quieres oír y te resfriega en la cara tus fracasos, tu triste existencia, tus lastimeros sentimientos trizados.
Entonces el frío se hace más frío, el dolor más agudo y la tristeza más honda.
Y no queda más que dejar todo sin terminar e irse a dormir intentando evadir los pensamientos y en los sueños corres de ellos y al abrir los ojos ahí están todavía esperándote, aguardando para darte el últmo beso, ese que te desahucia, el beso del adios.
