jueves, 4 de octubre de 2012

Yo tampoco

Gabriela ese día llegó a su casa como a las 10, igual que todos los días.
Pero esa noche ella no quería dormir sola, quería perderse en su sonrisa, viajar en su calor.
Quería que un arrullo le cerrara los ojos, que le vigilaran el sueño y que le llevaran el desayuno a la cama a la mañana siguiente.
Quería ir de a dos a la ducha y un beso de despedida antes de irse al trabajo.
Pero no, esa noche la cama ancha y vacía la esperaba sólo a ella. Y a la mañana siguiente tendría que irse a trabajar, igual que todos los otros días, con una ducha apurada y sin tomar desayuno.


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