miércoles, 13 de abril de 2016

Fe licidad
































Syad Mohammed, aunque prefiere que le digan Sadam es indio, musulmán y feliz, según él me dijo. No le importa cuanto dinero ganará en el día, pues sabe como arreglárselas con sus múltiples trabajos, además prefiere que sus clientes sean felices con su trabajo sin importar si pueden pagarle mucho, porque Ala siempre le dará lo necesario cuando se lo pida.
Me encontró cuando estaba entrando al Lalbagh Botanical Gardens y ofreció mostrarme el lugar por un buen precio. Acepté. Con dedicación me contó sobre cada árbol del lugar y sobre cada espacio. Lamento ya no recordar los nombres de los árboles, frutos o para qué se utilizaban, probablemente influya el hecho de habérmelos dicho en hindi y no haber logrado pronunciar ni uno sólo.
Se ofreció -o más bien no me dejó opción alguna- a tomarme fotos en cada lugar que él decidía, para que se las pudiese mostrar a mis amigos. Y cada vez tomaba al menos cinco casi iguales, las que me mostraba inmediatamente para que revisara si estaban bien y me gustaban.
En algún momento me pidió que nos sentáramos a descansar, aquí el calor es descomunal y mi pobre botella de agua a esa altura ya caliente no ayudaba mucho. Me dijo que revisara las fotos -una vez más- y mientras me interrogaba sobre cualquier aspecto posible de mi vida, me pidió ver fotos de mi familia. Traté de buscar fotos en mi celular, pero no lograba dar con ninguna entre el millón de selfies basura que tengo para alimentar mi ego. Él miraba por encima de mi hombro preguntándome de cuando en cuando qué era esta u otra foto. Terminó tomando mi celular y revisando todas y cada una de las fotos, las que yo me tomaba y las imágenes sacadas de algún sitio de internet que alguna vez encontré interesantes y ahí las tengo llenando la memoria de mi teléfono. Pensé quitarle mi celular de vuelta y decirle que o fuera barsa. Pero la verdad lo dejé. De algún extraño modo no había maldad, sólo tremenda curiosidad. Como cuando los niños hacen o dicen cosas inapropiadas sin saber que lo son. Estaba curioso de saber por qué esta extraña del otro lado del mundo sacaba la lengua en casi todas las fotos o hacía caras estúpidas. Tuve que confesarle que soy estúpida y sanamente loca. Él me miró pensativo por un momento y me dijo que él creía también ser un poco loco y estúpido. Entonces yo pensé, por eso es que está siempre feliz.
Seguimos el tour por el parque conversando sobre idioteces sin sentido y sobre dios y sus múltiples formas, mientras me tomaba más y más fotos en cada lugar que él encontraba interesante o bonito.
Luego se ofreció a mostrarme más lugares de la ciudad, yo quería conocer templos, me han hablado del de Shiva o Ganesh o tantos otros. Pero él decidió que iríamos a Iskon Temple, porque ese le gustaba. Me pareció bien, de todos modos no conozco ninguno. Entonces olvidé los consejos de familia y amistades y decidí seguir por calles que no conozco de Bangalore a un hombre del que sólo sabía el nombre y que era un musulmán feliz. Me llevó a una estación de buses para tomar le correspondiente, tomándome del brazo para cruzar la calle al ver mi cara de horror -aquí los autos jamás se detienen y no hay lugar para cruzar, sólo debes lanzarte y esquivarlos-. Y luego arregló con el tuk-tuk (taxis triciclos motorizados) que nos llevasen hasta el templo por un monto razonable, porque todos ponen el precio turista cuando ven mi piel blanca y escuchan mi acento extranjero.
Llegamos al templo, gigantesco templo Hare Krishna y amablemente se ofreció a comprarme comida, porque al no saber como sería olvidé sacar mi billetera del bolso antes de guardarlos en custodia junto con nuestros zapatos y cámara, de todos modos tendría que pagarle por el tour al final del día.
Salimos del Iskon Temple y me ofreció llevarme a un mall cercano -del que no recuerdo el nombre-. Traté de explicarle que no me interesaban los mall porque suelen ser lo mismo en todos lados, no me gustan en Chile por qué querría ir a uno en India y tampoco tenía plata. Entonces me dijo si me gustaría ver una película y eso sí que me interesaba. Así que de todos modos me llevó al mall porque ahí estaba el cine. Nuevamente él había decidido dónde teníamos que ir. Nos tardamos cerca de media hora decidiendo cuál película queríamos, porque aparentemente todas las que me gustaban no eran de su agrado, hasta que logramos llegar a un acuerdo y encontrar un horario que no fuese tan tarde. No contábamos con que la película durase 3 hrs. -innecesarias a mi parecer para una historia romántica simplona, aunque siempre un poco de baile al estilo Bollywood lo amerita- y terminamos saliendo del cine cerca de las 10 de la noche. Por supuesto se ofreció a llevarme a un tuk-tuk para que regresara a casa a salvo. India es un lugar peligroso para una mujer sola a esa hora, me explicó.
Durante todo el día me preguntó incansablemente si tenía pololo, por qué no tenía, si quería tener uno, por qué no quería, si quería tener hijos, por qué no quería... Al parecer acá resulta aún más incomprensible ser soltera y querer serlo. Y siguió preguntándome de manera insinuante aún más después de la película, en que la protagonista dice ser soltera y feliz, justo como yo llevaba repitiéndole el día entero y termina enamorada y casada con el tipo que conoce por casualidad en un avión. Esta vez no pude sino responderle con una estruendosa y enorme carcajada. No creo que haya entendido, pero dejó de insistir.
Caminamos de noche por calles casi vacías de Bangalore, riendo y conversando de la vida, mirando la bella luna anaranjada partida a la mitad pareciendo sonrisa del cielo. Me dejó en el tuk-tuk y arregló nuevamente un buen precio, aunque está vez no fue tanto mejor. Y nos despedimos con un apretón de manos como se hace acá. Aunque me hubiese gustado que fuese un abrazo, pero aquí eso es inapropiado y comprometedor y ya le había repetido todo el día que no estaba interesada en encontrar pareja.
Luego el conductor del tuk-tuk me preguntaba sin entender si Sadam era mi pareja. No creo que haya entendido que no lo era, simplemente preferimos intentar conversar en su mal inglés y mi nulo hindi o kannada.
Llegué al hostel con una sensación de ternura y felicidad enormes llenándome el corazón. Fue un buen día, un día bello, no tanto por haber conocido nuevos lugares de esta enorme, desordenada y loca ciudad, sino por haber compartido con un completo extraño que se declara feliz. La gente feliz, simplemente, hace feliz a otros -pero no le digan a Sadam, porque es probable que me pida matrimonio.

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