viernes, 15 de abril de 2016

Lecciones de amor con Manjula





Lo inesperado parece aún más bello.
Ayer, en mi recorrido en solitario por la ciudad, visité un templo a Shiva en el que pagas tu entrada y te pasan un ticket que tienes que ir mostrando en diferentes "estaciones" en las que te entregan algo e indican cómo orar a Shiva con ello. En una de las estaciones finales, estaba un poco confundida y no sabía que hacer con la vela que me habían entregado. Entonces me topé con Manjula quien muy amablemente me indicó lo que debía hacer, me preguntó rápidamente de dónde venía y ambas seguimos nuestros caminos en el recorrido. Al final de todas las "estaciones" puedes sentarte al centro, admirando la gigante estatua de Shiva y orar -supongo yo-. Fue ahí que Manjula me encontró nuevamente y comenzamos a conversar, sobre qué hacía ahí, cuánto tiempo llevaba en India, de dónde venía, cuáles eran mis planes. Me presentó a su familia: esposo, madre, hija y sobrina. Hasta que me preguntó a qué me dedicaba. Cuando le dije que era profe sus ojos y su sonrisa se agrandaron porque ella también es profesora. Así fue como me invitó a su casa.
Manjula, una mujer llena de amor, no paraba de decirme lo feliz que estaba de que los acompañara. Yo tampoco paraba de sonreír y de decirle lo agradecida que estaba de tamaña invitación, me sentía verdaderamente honrada.
Saliendo del templo, inmediatamente, me compraron un vasito de choclo con mantequilla recién calentito, igual que a las niñas. Me llevaron al auto y nos fuimos. Me contaban que vivían a unas horas de Bangalore, que su casa era pequeña y que desde ya estaba invitada a quedarme cuanto tiempo quisiera. Porque en esta época los colegios están en vacaciones de verano y Manjula tiene todo un mes para salir a recorrer Bangalore y sus alrededores.
De camino paramos en unos puestitos de fruta y me pasaron una naranja y un jobo -fruta de la zona-, las niñas me decían que lo probara porque era muy rico. Y así fue que comí fruta, así nomás, sin lavar ni nada, lo que había estado evitando por si me fuera a enfermar. La verdad ahora puedo decir que la fruta aquí no es muy rica -o más bien a mi no me gustó mucho- todo tiene un sabor que no puedo explicar bien, como a podrido; obvio no les dije nada, sólo agradecí y comí en silencio.
Durante el viaje, Manjula, su esposo y su madre hablaban en kannada y cada cierto tiempo Manjula me preguntaba cosas sobre Chile y les traducía, las niñas y yo siempre en silencio.
Llegamos al fin, entremedio de calles atestadas de negocios y gente, a una esquina con unas casitas pequeñisimas rodeadas de edificios de departamentos de no más de 5 pisos, al lado de un sitio vacío en que se acumula basura.
Bienvenida me dice Manjula y parte por mostrarme la casa de su madre. Era sólo un pequeño espacio que hacía de dormitorio y living-comedor separado por una puerta del que era cocina y baño-ducha a la vez. Luego me llevó a su casa, un par de puertas más allá, que era lo mismo, igual de pequeñísima. Todas las casitas, pintadas de rosado, compartían un pequeño patio de tierra color anaranjada - como las canchas de tennis- en que habían un baño común -porque no todas las casas tenían baño- y dos tanques con agua.
Rápidamente me hicieron sentarme en la cama -que ocupaba casi todo el espacio- y esperar que partieran la sandía para comer con la familia. Por supuesto el pedazo más grande era para mi. Y así fue como me hicieron comer casi la mitad de la sandía yo sola. Me trajeron agua -a mi que sólo había tomado agua embotellada- y me hicieron tomar casi un litro de una sola vez, porque en India hace mucho calor. Cerré los ojos mientras bebía y pedí a Ganesh que nada de lo que probara me hiciera mal.
Entonces fueron apareciendo, uno a uno, los vecinos, que miraban con curiosidad y sonriendo a la blancucha que estaba sentada en medio de la habitación, comiendo, riendo y conversando en lo que para ellos era el mejor inglés que habían escuchado. Yo los miraba y saludaba sonriente, ellos se reían, se escondían y al rato volvían a saludarme y hacerme preguntas en kannada que Manjula no siempre traducía. Así que yo movía mi cabeza riendo, tal cual todos los indios hacen. No nos entendíamos, pero no nos importaba.
Manjula me llevó a conocer las casas de sus vecinos y amigos. Todas pequeñísimas habitaciones -eran como las media aguas pero de material sólido y más chicas- una al lado de la otra, en las que vivían siempre más de 2 personas. Verlos a todos felices de recibir visita y compartir todo lo poco que tenían conmigo me hizo sentir absolutamente agradecida, no sólo de ellos, sino de la vida y la bellísima oportunidad que me regalaba.
Almorzamos -o comimos porque ya eran casi las 5 pm- sentados en el suelo en la casa de la madre y nuevamente el plato más grande fue para mi. Arroz con una salsa de vegetales deliciosa y picante. Chikkegowda, el esposo de Manjula, me enseñaba a mezclar bien la comida y comerla adecuadamente con la mano. Entre las risas de la familia y mías por no poder hacerlo bien Manjula lo hacía por mi, incluso me dio un par de veces la comida desde su mano. Sentía que iba a explotar de tanta comida, pero todos me miraban expectantes de que acabara todo mi plato, así que seguí comiendo. Los vecinos seguían apareciendo sólo para verme, según Manjula parecía una muñeca de exhibición y la verdad algo así me sentía y aunque en mi cabeza pensaba en animalito de zoológico, me gustó más su idea.
Después de comer, Manjula me llevo a su casa a dormir siesta. Nos acostamos en su cama, conversamos un rato, revisó todas las fotos de mi celular -al parecer es algo común acá- y dormimos. Me desperté cuando las niñas entraban a buscar algo para jugar y les pregunté si podía ir a jugar con ellas. Me llevaron con sus amigos y jugamos toda la tarde los diferentes juegos que ellos me enseñaban. Cada cierto tiempo ellas o alguno de sus amigos iban a buscar a otro amiguito para que me conocieran. Y así, entre mis carcajadas y gritos confundidos entre los gritos y carcajadas de los niños, los vecinos que aún no habían salido a verme aparecieron. Todos se reían, pese a que de mi, conmigo. Creo que por un momento transformamos esa pequeña población en risas y por un momento mi corazón dejó de sentirse extranjero y se sintió en casa.
Tras haber jugado y reído bastante Manjula salió a buscarnos, era hora del té. Nos sentamos en el suelo de la casa de su madre, igual que al almuerzo y tomamos té con leche untando pan de molde -que acá es dulce-. Nuevamente me pasaron más rebanadas que a todos y me dieron el vaso de té con leche más grande a mi. Con los vecinos ya no había vergüenza, simplemente se sentaban cerca mío y me hacían preguntas que con la ayuda de Manjula, su hija o su sobrina intentaba responder. Todo siempre entre risitas y movimientos de cabeza. Terminamos el té y las niñas me tiraban del brazo para que saliéramos a jugar otra vez.
Jugamos en la calle esquivando los autos y motos que jamás se detienen toda la noche. En algún momento, Manjula, en su inmenso espíritu maternal, decidió llevar hasta donde yo estaba jugando con los niños un jarro metálico con aceite de coco, me miró sonriente y me pidió peinarme con eso. La dejé hacerlo y mientras ella me cepillaba el pelo, mi mente voló al pasado, cuando mi abuela me peinaba antes de ir al colegio. Los niños y niñas jugaban. Manjula me peinaba. Estábamos todos felices al parecer.
Manjula se fue y al rato nuevamente nos salió a buscar. En una de las pequeñas casitas vecinas vivían sólo hombres, era la casa de solteros. Ahí estaba Mahesh, que pese a estar casado hace un mes, se quedaba al igual que su gemelo Umesh, también casado hace un mes, mientras sus esposas estaban en un festival en otra ciudad, con sus amigos solteros. Mahesh, que tenía fama de buen cocinero, estaba encantado de haberme conocido, así que me invitaba a verlo cocinar y comer con él. Junto a Manjula nos transformamos en ayudantes de cocina y atrapadas en el calor de esa pequeña habitación que ellos llamaban casa disfrutamos de lo que Mahesh preparó, mientras los otros solteros y otros vecinos sólo se sentaban alrededor a mirar cómo comíamos. Igual que las veces anteriores mi plato seguía siendo el más grande de todos. Mientras yo entrenaba mis habilidades para comer con la mano, Mahesh y Umesh intentaban con cucharas. Cada cierto tiempo, la madre de Manjula me daba una cucharada de comida, pues consideraba que llevaba mucho rato conversando y ya era tiempo de acabar mi plato. Esta vez, no pude comer todo lo que me habían dado, después de haber comido todo el día cantidades mucho más grandes y picantes de lo que acostumbro ya no podía más. Amablemente uno de los solteros corrió a comprar jugo de mango para mi y nos quedamos ahí, conversando entre mi nulo kannada y su mal inglés con las adorables personas de esa comunidad, humilde -súper pobre- y llenísima de amor que formaban una sola familia.
Al igual que durante todo el día, las personas iban y venían, algunos querían sólo verme desde lejos, otros escucharme hablar y otros de hecho querían sentarse a conversar y compartir. Manjula me miraba con sus ojos de madre amorosa y sonreía. Yo no podía dejar de sentir mi corazón en expansión.
Llegó otro invitado a la pequeña habitación de solteros. Muy educado se presentó con un fuerte apretón de manos y nunca más se calló. Trataba de explicarme con seriedad lo geniales que son los indios y lo genial que era la compañía para la que trabajaba vendiendo. Yo sin entender mucho su nivel de orgullo por la compañía y orgullo nacional le hacía bromas, que en algún lugar entre nuestro mal inglés y diferencias culturales se perdían. De todos modos me reía, él me miraba serio y seguía intentando hacerme entender por qué India es una gran nación. No creo que haya pasado tanto tiempo hablándome pero me parecieron horas interminables sin sentido. Manjula que se reía conmigo de como Vijay hablaba sin parar, tomó mi mano y me sacó del lugar, era hora de ir a dormir. Pero Vijay, insistente e incansable, nos siguió afuera de la pieza y después de un rato accedió a dejarnos ir, no sin antes tomarse una selfie conmigo y sorprendido de lo blanca que me veía y lo negro que se veía él, decidió tomar varias más. Pero al fin nos dejo ir.
Manjula lo había arreglado todo para compartir su cama conmigo, las niñas dormirían en casa de su madre con su padre, Chikkegowda debía trabajar así que volvería a la mañana, la madre de Manjula dormiría en la cama conmigo y ella dormiría en el suelo en una cama inventada entre mantas y cojines. Casi dormíamos cuando Vijay llegó a nuestra casa a terminar de convencerme de la superioridad india. Yo sólo me reía -y ya no sé si con él o de él-. Al rato llegó Mahesh a buscar a su amigo y al vernos a todos conversar también se instaló. Vijay corrió a la casa vecina para traerme un té de insuperables propiedades hecho por la compañía para la que trabajaba vendiendo. Pese a que traté de explicarle que ya no podía ni comer ni beber nada más, él preparó té para mi, Manjula y su madre. Llegué a un acuerdo con él de tomar sólo tres sorbos y no el gigantesco vaso que me ofrecía y él accedió convencido de que cuando acabara los tres sorbos querría más por que ese té es delicioso. Entre conversaciones y té, Mahesh me pedía que le enseñara inglés y trataba de enseñarme algunas palabras en kannada, fue así como me enseñó a escribir mi nombre en kannada, la que Manjula me decía era una lengua fácil y linda. Conversamos un poco más y la madre de Manjula cansada trataba de pedirle a Vijay y Mahesh que se fueran para dormir. Así que los tomé a ambos de la mano y los saqué de la pieza diciéndoles adiós en varios idiomas. Salieron riéndose y finalmente nos dejaron dormir, no sin que antes Vijay me confesara que había estado flirteando conmigo. Supongo que aquí en India eso del amor a primera vista sí existe.
Manjula me prestó una de sus túnicas y finalmente nos acostamos a dormir. Me dormí agotada de felicidad con el corazón prácticamente saliéndoseme del pecho. Aún sorprendida del inmenso amor que unos completos desconocidos acababan de entregarme.
Al despertar, nuevamente la porción de desayuno más grande era la mía -e incluso el desayuno era picante-. Chikkegowda volvió de su trabajo y al poco rato llegaron dos vecinas a buscarlo, él todo un artista del maquillaje -pues trabaja maquillando actores o bailarines para representaciones sobre los dioses hindúes- era el encargado de pintar con henna las manos de una de ellas que se casaría este fin de semana. Luego de pintar a la novia, fue el turno de las niñas  y sí, por niñas me refiero a su hija y sobrina y a mi también. Ya sólo faltaba que nuestros mehendi se secaran para que me llevaran de vuelta al hostel, pero obvio antes había que comer una vez más, nuevamente mucho y muy picante.
Terminamos de comer, abracé gigantescamente a la abuela y a las niñas y me subí al auto. Escuchamos mi música en el camino y ellos parecían disfrutarla. Al llegar, Chikkegowda besó mi cabeza, como un padre amoroso y junto con Manjula me abrazaron, les di el beso más grande y apretado que pude y prometimos mantenernos en contacto.
Me siento tremenda y profundamente afortunada. 

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