miércoles, 7 de marzo de 2012

De escarcha

¿Quién dijo que las estrellas no podían soñar? Con sus parpados de escarcha vuelan, viajan y regresan y se quedan. Inmóviles, frías, arriba del sofá, tomándose un café, a veces comiendo helado, otras pasteles o lo que quieran. ¿Quién dijo que yo no era estrella? Que por tener el pelo fucsia estaba fuera, que por pensar al revés estaba mala, que por pasar casi volando no valía. Quizás los espantó la carcajada de oso pardo en pleno invierno. La verdad, yo no entiendo el tiempo, ni a sus gentes, de frente marchita y mirada apagada, de pensamientos arrastrados por el barro, de manos pequeñas y piernas largas. Yo no entiendo las miradas de los mayores de 6, yo no entiendo, yo no entiendo a las neuronas, que saltonas y eléctricas me sobrepasan. Quizás no sea el aire viciado el mal sino el remedio. Quizás ya me olvidé las cuentas y se me borraron las amistades. Pero sentados los anillos de Júpiter discuten cuando estará bueno ya de ti, cuándo ya habrás sobrado en esta historia. Y mis bailes de centauro no le bastan al viento sólo una vez al día, se me cansan las piernas con los saltos tratando de alcanzar las nubes. Podría ser que las vidas estén para todos y salvajes crezcan en el patio de atrás. Podría ser, podrán ser tantas cosas que mi lengua queda chica pero no.

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