lunes, 2 de octubre de 2006

Loco!

"Tú no tines vida, tú tienes mentiras" me decía la enfermera del psiquiátrico en un desesperado intento por hacerme volver a la realidad. Entre un mar de llantos se le avalanzaba mi madre al médico pegándole cachetadas, pateándolo, rasguñándolo y gritándole enfurecida "¿De qué me ha servido tenerlo aquí todo este tiempo? ¿Dónde están sus promesas de devolverme a mi hijo? ¿Seis años para qué?". Y yo parado a un lado, abstraido en mi mundo de fantásticas quimeras veía la escena como si fuese parte de una teleserie, de esas que nos hacen ver a la hora de la once. Las mismas inyecciones calmantes que tantas veces me han puesto, esta vez se la pusieron a mi madre, que no paraba de llorar y gritar pidiendo explicaciones al equipo médico que estaba tratando mi caso. A esa altura la enfermera que ya había perdido la paciencia caminaba directo hacia mi madre, le pegó una bofetada estruendosa que la tiró al suelo. Mi madre la quedó mirando con susto y sorpresa, dejó de llorar y por culpa del calmante, al intentar incorporase se desplomó en el suelo. La llevaron a mi habitación y la dejaron recostada en mi cama.
Pobrecita de ella que toda su vida ha tenido que cargar con enfermos mentales, cuando pequeña era su hermana que sufría de trastorno obscesivo-compulsivo, y ahora conmigo, su único hijo, ese que de pequeño parecía ser la gran promesa de la familia, pero que un día, como a los 12 años, se volvió loco. Esquizofrenia dijeron algunos doctores, depresión dejeron otros, otros apostaron por la bipolaridad. En realidad estaban todos equivocados, la única que acertaba el diagnóstico era la enfermera falta de vocación, o tal vez colapsada por el tarbajo. No había en mi cabeza nada malo, en el mejor de los casos me podría configurar como un gran mitomano que había logrado engañar a los mejores médicos del mundo y colapsar los test. Seis años internado en distintos centros médicos, todos del más alto nivel, como correspondía para una familia del estatus de la mía. Una vez al año salía del hospital, para navidad asistía a la gran cena familiar en la finca de mis abuelos, ahí recivía las miradas de compasión de las tías ricachonas que daban gracias al señor que sus hijitos fusen normales y sanitos, cuando la mitad de mis primos eran depresivos y la otra mitad se repartía entre alcohólicos y fracasados. Mis tíos y mi padre hacían como si no pasara nada, desde que me internaron que no recivía una mirada de gratitud de él. Mi abuelo se hacía parte de mis locuras y me acompañaba a la misma luna si yo quería, él también quería escaparce de ese lugar, atestado de gente y lujos pero tan inmensamente vacío. La abuela me regaloneaba como si aún fuese aquel niñito que prometía transformarse en el futuro gerente de las empresas de familia y le aseguraba al mundo que me recuperaría y un día volvería tan campante como hace 12 años. Mi madre miraba con vergüenza a la familia, como piediendo perdón por el hijo estúpido, simpre se había sentido culpable de mi supuesta enfermedad inexistente.
Yo nunca quise la familia en la que me tocó nacer y desde pequeño ideaba un plan para escapár de ella, pasé mi niñez estudiando acerca de enfermedades mentales, memorice síntomas, y aprendí lo necesario como para a lod 12 años fingir un ataque neurótico. Fui a para a una clínica y nunca salí de ese entorno, ya sea aquí o en otros países pase por las manos de los más destacados doctores, pero nunca supieron que enfermedad era realmente la mía, hatsta que hace 6 años me internaron definitivamente paravtenerme bajo obsrvación y curarme de una vez. La verdad es que es imposible determinar mi enfermedad porque tiene los rasgos de todas al mismo tiempo, y cada pastilla que me dan combinada con las que yo me consigo gracias a la influencia de mi apellido hacen que mi cerebro aparezca como insano en los exámenes (la verdad es que ya me acostumbré a vivir medio dopado). Lo mejor de estar internado es que no tienes absolutamente ninguna preocupación, tu vida está en manos de alguien más que gracias a tu adinerada familia cuida de tí como si furas de oro. Muchos dirán que se está muy solo, pero no, me he hecho de muy buenos amigos que aún vienen a visitarme, las únicas visitas que acepto aprte de mi madre, a la que decidí dejar entrar para que no se muriera de soledad, porque ella si que está sola y por mi culpa tiene más años de los que debería.
La única que se ha dado cuenta de toda esta farza es mi nueva enfermera, ha de ser por su corata edad. Pero lo que ella me gritó es verdad yo no tengo vida, sólo un montón de mentiras, pero son mis mentiras y sin ellas no podría vivir.

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